MI CÁLIZ, SI LO BEBERÉIS ; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.» (Mt 20, 23)
Horas sombrías de la vida, como una noche sin estrellas. Copa hasta rebosar; pero mantengo la esperanza en ti, Jesús, mi Amado.
En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.
A oscuras y segura,
por la secreta escala disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
Aquésta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
¡Oh noche que guiaste!
¡oh noche amable más que el alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con Amada,
amada en el Amado transformada!
En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.
El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.
Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
(San Juan De La Cruz. Poema 2. Obras Completas, pp. 54-55)
Las lágrimas son mi pan, noche y día, mientras todo el día me repiten: ¿Dónde está tu Dios?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo: Salud de mi rostro, Dios mío (Sl 41, 4-6).
Horas sombrías de la vida, como una noche sin estrellas. Copa hasta rebosar; pero mantengo la esperanza en ti, Jesús, mi Amado.
En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.
A oscuras y segura,
por la secreta escala disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
Aquésta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
¡Oh noche que guiaste!
¡oh noche amable más que el alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con Amada,
amada en el Amado transformada!
En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.
El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.
Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
(San Juan De La Cruz. Poema 2. Obras Completas, pp. 54-55)
Las lágrimas son mi pan, noche y día, mientras todo el día me repiten: ¿Dónde está tu Dios?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo: Salud de mi rostro, Dios mío (Sl 41, 4-6).
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