jueves, 25 de febrero de 2010

Cuaresma con los santos del Carmelo - Miercoles de la 1er semana - Sta. Teresa de Jesus

Este es el tiempo favorable. Convertíos y creed en la Buena Noticia. Ha llegado el Reino de Dios.



ELLOS SE CONVIRTIERON (Lc 11, 32)

Todo el tiempo pasado lejos de ti, no es un tiempo para ti. Llama a la puerta de mi corazón, Señor, muévelo con tu amor para que se vuelva a ti.

Pasaba una vida trabajosísima, porque en la oración entendía más mis faltas. Por una parte me llamaba Dios; por otra, yo seguía al mundo. Me daban gran contento todas las cosas de Dios; me tenían atada las del mundo. Parece que quería concertar estos dos contrarios tan enemigo uno de otro- como es vida espiritual y contentos y gustos y pasatiempos sensuales. En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino esclavo; y así no me podía encerrar dentro de mí (que era todo el modo de preceder que llevaba en la oración) sin encerrar conmigo mil vanidades.

Pasé así muchos años, que ahora me espanto qué sujeto bastó a sufrir que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración no era ya en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería para hacerme mayores mercedes.

¡Oh, válgame Dios, si hubiera de decir las ocasiones que en estos años Dios me quitaba, y cómo me tornaba yo a meter en ellas, y de los peligros de perder del todo el crédito que me libró! Yo a hacer obras para descubrir la que era, y el Señor encubrir los males y descubrir alguna pequeña virtud, si tenía, y hacerla grande en los ojos de todos, de manera que siempre me tenían en mucho. Porque aunque algunas veces se traslucían mis vanidades, como veían otras cosas que les parecían buenas, no lo creían.

Y era que había ya visto el Sabedor de todas las cosas que era menester así, para que en las que después he hablado de su servicio me diesen algún crédito, y miraba su soberana largueza, no los grandes pecados, sino los deseos que muchas veces tenía de servirle y la pena por no tener fortaleza en mí para ponerlo por obra.

¡Oh Señor de mi alma! ¡Cómo podré encarecer las mercedes que en estos años me hicisteis! ¡Y cómo en el tiempo que yo más os ofendía, en breve me disponíais con un grandísimo arrepentimiento para que gustase de vuestros regalos y mercedes! A la verdad, tomabais, Rey mío, el más delicado y penoso castigo por medio que para mí podía ser, como quien bien entendía lo que me había de ser más penoso. Con regalos grandes castigabais mis delitos.
(Santa Teresa De Jesús. Vida 7, 17-19)

Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: Confesaré al Señor mi culpa, y tú perdonaste mi culpa y mi pecado (Sl 31, 5).

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