En la vida de la Beata no encontramos muchos datos sobre las prácticas de devoción mariana que la familia Catez practicaba, pero los pocos datos que nos han llegado son suficientes para hacernos una idea de la importancia que tenía la Virgen María para aquellos buenos cristianos.
Toda la infancia y juventud de la niña y joven Isabel ha estado marcada por la presencia maternal de la Virgen María. Desde muy niña fue consagrada a María y esta consagración la fue renovando en momentos importantes de su vida. Ella misma nos dice que: “…En todas las fiestas de María renuevo mi consagración a esta buena madre. Por eso me he consagrado hoy a Ella y me he arrojado nuevamente en sus brazos con absoluta confianza. Le he encomendado el destino de mi vida” (p.9).
Además de consagrarse a María, Isabel alimenta su espiritualidad mariana de otras muchas maneras. Visita con frecuencia algunos de los santuarios marianos más importantes de Francia, encomienda a la Virgen su vocación al Carmelo, orden eminentemente mariana y se siente identificada con la Madre del Señor por medio de algunas advocaciones marianas muy populares en su tiempo y que ella misma hace propias.
Peregrina en Lourdes
La joven Isabel durante sus años de juventud hizo muchas peregrinaciones a santuarios marianos: a nuestra Señora de Domois, de Fourvières, y, sobre todo, a Lourdes. Visitó este lugar mariano, por lo menos, tres veces. Este lugar era especial para Isabel y siempre que podía se acercaba a su “rincón del cielo”, como así solía llamar Isabel a la gruta de Lourdes. Este rincón del cielo que era para ella un auténtico remanso de paz, un paraíso donde hubiera deseado vivir eternamente.
En las visitas que Isabel Catez realiza a Lourdes siempre presenta a la Virgen sus más íntimas confesiones e intenciones. Pide a María por su vocación carmelitana, por sus familiares y amigos. Le ofrece todo lo que ella es y le pide constantemente que derrame una lluvia celeste de gracias y bendiciones sobre ella y sobre sus seres más queridos. Así se lo escribe Isabel en una carta dirigida a su amiga Valentina Defougues, el 25 de julio de 1898: “Después de Tarbes fuimos a Lourdes, ese rincón del cielo donde hemos pasado tres días deliciosos que sólo se pueden disfrutar allí. Te recordaré mucho ante la gruta. ¡Oh! Si vieras qué momentos más felices se pasan y qué emoción se siente… No había grandes peregrinaciones. Pudimos comulgar en la gruta. Me encanta Lourdes con esa paz…” (Carta. 15).
Lourdes y su vocación Carmelitana
Es sabido que la joven Isabel Catez quería entrar en el Carmelo de la ciudad de Dijon aún siendo muy joven. A esta decisión la señora Catez se opuso rotundamente. Ante esta negativa, por parte de la madre, Isabel sufre mucho en su interior al no poder entrar en el Carmelo lo antes posible. Pero ante la negativa ella no se desanima, todo lo contrario, ofrece esta negativa a la Virgen para que ella vele por su vocación religiosa.
Cuando la madre de Isabel le permita entrar en el Carmelo de Dijon a los 21 años de edad, la joven verá, en esta decisión de su madre, la mano materna de la Madre del cielo que responde con amor a sus sinceras plegarias. Así lo expresa la beata en la poesía 68: “¡ Oh María, gracias! ¡Estoy tan emocionada! Solamente puedo deciros: continuad vuestra obra…” (P. 68).
De manos de la Virgen de Lourdes consigue visitar otro Carmelo que está situado muy cerca de la gruta de las apariciones. Este Carmelo fue fundado en el 1874 e Isabel lo visitó en su primera peregrinación a Lourdes. Le emociona a Isabel la dicha de la religiosa carmelita de Lourdes que todos los días tiene el privilegio de contemplar la sagrada gruta: “Qué feliz eres, alma elegida, ¡Oh Carmelita!, virgen esposa, que puedes rezar desde tu celda, ante esta roca plena de gracias. ¡Oh dulce María!, lirio del Carmelo, Virgen de Lourdes, Madre querida, eres tú la que me habrás logrado la dicha de ser toda de Jesús…” (P. 53).
En la soledad de la gruta y en la soledad del Carmelo Isabel Catez ha encontrado el cielo que andaba buscando en la tierra. Este cielo es Dios Trinidad y el que se encuentra en el centro mismo de su alma y del que quiere ser, en la tierra y en el cielo, alabanza de su gloria.
Misionera de la espiritualidad mariana de Lourdes
Sor Isabel de la Trinidad ha sentido en la gruta de Lourdes la presencia amorosa de la Inmaculada Virgen María. En la bendita gruta confió a María todo lo que ella era, todo lo que anhelaba y deseaba alcanzar en esta vida. Su vocación religiosa, las intenciones de sus familiares, su pureza, los sufrimientos y las angustias de cada día, su última enfermedad e incluso tuvo presente a la Virgen de Lourdes en su muerte.
Esta beata Carmelita ha experimentado y vivido el mensaje de Lourdes en toda su plenitud. Se ha encontrado con la Virgen en la gruta, ha escuchado su mensaje de salvación, ha vivido en la soledad del Carmelo de Dijon todo aquello que experimentó en la soledad de la gruta y ha sido mensajera, con su vida y en sus escritos, del don de gracia que Dios ha derramado, por medio de María, sobre todos los fieles que oran ante la bendita Madre, en la gruta de Lourdes.
A la hermana Isabel de la Trinidad siempre le ha acompañado la Virgen de Lourdes, en sus recuerdos, en sus oraciones, en sus escritos, en su propia celda, donde tenía una pequeña imagen de la Virgen junto a su cama, en el sufrimiento, en el dolor y en la muerte.
Al celebrar el centenario de la muerte de la beata Isabel de la Trinidad, nos comprometemos a profundizar en sus escritos, a dejarnos interpelar por su vida y su mensaje. A descubrir, como ella, la belleza de María que se ha hecho visible en la humildad y pobreza de una oscura, pero luminosa, cueva.
Para Isabel de la Trinidad Lourdes ha significado mucho en su vida espiritual. Este lugar santo, donde la madre del Señor se ha manifestado a los hombres, ha sido para la beata Isabel un lugar privilegiado de oración y de profundo conocimiento del misterio de María en su dimensión Trinitaria, bíblica, litúrgica, eclesial y antropológica.
Por ello quisiera terminar este artículo con palabras de sor Isabel de la Trinidad en las que nos describe lo hermoso y místico que es para ella la gruta de Lourdes. Este texto es parte de una poesía que la beata Isabel escribió el 22 de julio de 1898 a la gruta Lourdes:
“…Salve gruta bendita y solitaria
que haces soñar con el cielo.
Gruta que recuerdas a María,
donde todo es puro, sereno, silencioso.
Lourdes, tierra milagrosa,
anticipo de la morada eterna,
¿No eres acaso rinconcito del cielo
en medio de tu valle tan umbroso?
Me gustaría aquí permanecer,
más de ti tendré que separarme
y ¿cuántos años esto durará?...” (P. 59)
P. Celedonio Martínez Daimiel, o.c.d
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