Carta a Sta. Teresa de Jesús sobre los cap. 1 al 10 de Camino de Perfección . Reflexion por Berta del Corazón Eucarístico y San José OCDS
Teresa:
¿Quién diría que 440 años después de tu arrojo espiritual y literario, yo, escondida entre “pucheros” y papeles, estaría descubriendo tu “camino”? Y que al descubrirlo, me metería en él, con una osadía semejante, pero sin tu coraje y tu valor?
¿Quién diría que 440 años después de tu arrojo espiritual y literario, yo, escondida entre “pucheros” y papeles, estaría descubriendo tu “camino”? Y que al descubrirlo, me metería en él, con una osadía semejante, pero sin tu coraje y tu valor?
Te digo así, Teresa, salvando la distancia entre tu perfección y mis defectos, entre tu decisión y mis inseguridades, entre tu elevación y mis caminares, entre la plenitud de la contemplación “cara a cara” y el límite de mi acotada visión. Pero te siento cercana, hermana mayor, guía segura en lo humano, en el tránsito de lo complejo de la historia que nos toca vivir, a vos y a mí, cada una en su época. Tu tiempo con la gran controversia del cisma fundante del primer gran lanzazo al Corazón de la Iglesia, y las crisis del descubrimiento y la conquista de “las Indias”. Y mi tiempo, con nuevos “dolores de parto” por el rechazo de Dios, el desprecio de sus mandatos, la exaltación de la ultralibertad individualista…Tiempos en los que se hace indispensable abrir espacios para descubrir al “Emmanuel, a Dios con nosotros, y con El, y en El, estar en las entrañas mismas de la Iglesia para acompañar su vía dolorosa hasta la definitiva Parusía.
Teresa: he sentido tu dolor y me mostraste tus lágrimas, -“lloraba con el Señor”,-escribiste- “por esa desventurada secta” que iba en crecimiento. Y hacer “eso poquito que era en mí” superó el tamaño de tu siembra hasta esto que es hoy el Carmelo. Dame cada día tu fuerza para hacer “eso poquito que hay en mí, confiada, como vos decís, en la gran bondad de Dios. Hazme fuerte y perseverante en la oración, en el renunciamiento, por esta Iglesia que amo…y que me acogió siempre con regazo de madre, y que también como madre, tiene flaquezas.
Enséñame a no perder el sentido de la oración carmelitana, recuérdame que “no es tiempo de tratar con Dios, negocios de poca importancia” Pide al Espíritu Santo haga en mi corazón un cerco, “un muro de pobreza y humildad”, quiero “ser pobre en todo y chica” sin faltar a mis deberes de estado en la familia, y en el “pensar alto”.
Teresa, dime aún cómo es de flaco nuestro amor fraterno, mi desasimiento de todo lo creado, y ese abrazo honesto de humildad…sólo tres cosas, sólo eso, pero Teresa, abarcaste la vida. Mirá, vos sabés,-desde la mirada de la Gloria de Dios nada se oculta- sabés que intento “orar sin cesar” con el buen cireneo del sacrificio, del ayuno del yo, de los pequeños vencimientos, porque además de haberlo aprendido con Don Bosco, que decía “al cielo no se va en coche”, hoy me lo marcás “oración y regalo no se compadecen”. Ah! Y gracias por esto: ¡acostumbrarse a soledad es gran cosa para la oración”. La soledad, el silencio en medio de esta multitud de ruidos que intentan romper la escucha del orante, y me asedian como tentación de curiosidad, la soledad, te digo, está cada día más deseada con el silencio, no ya de voces exteriores, sino procurando un silencio que sea íntimo, interior, en el que no me visiten preocupaciones ni proyectos. Con seguridad no lo consigo, ¡pero cómo vuelvo a él toda vez que el silbo del Pastor me susurra sus amores!
Teresa, Teresa…qué decirte cada vez que con tu machacar acerca del confesor y director de espíritu, recomendás “que sea letrado” y las letras parecen un pilar sólido en los consejos que dejás a tus carmelitas “procure siempre tratar con quien tenga letras”... Y tu recomendación, tal vez escrita como un eslabón más, pero que marcó y es hoy -en mi tiempo y quehacer- una dirección precisa en todos mis proyectos, lo rescato con absoluto respeto y te digo ¡Gracias, Teresa, porque a través tuyo veo una razón muy del Señor en mi propósito de escribir. Gracias por decir “Son gran cosa letras, para ser en todo luz”
Sin yo recordarlo desde esta reflexión y consejo tuyo, las letras de los maestros del espíritu acompañaron esa formación primero salesiana, hoy carmelitana, que son “en todo luz” y con la Palabra eterna que es la Luz Verdadera que ilumina a todo hombre, me acompañan en esta lenta subida mía al Carmelo, de tu mano, Teresa, y de las hermanas que me ofreciste en la Fraternidad.
Alabado, bendecido y glorificado sea hoy y siempre, en mi corazón y en el corazón de los que me diste, tu nombre santo, Señor Dios Padre, Señor Dios Jesucristo, Hijo dilectísimo, Señor Dios Espíritu Santo, viento y fuego que no cesas. Y Vos, María, Madre única del Primer amor del mundo, guarda y cuida a esta carmelita que da los primeros pasos en esta avanzada de entrega a ese Primer Amor.
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