TODO REINO DIVIDIDO (Lc 11, 17)
Luchar contra los poderes del mal, forma parte del camino. Ganaré el combate si me das, Señor, las armas de la victoria: la oración y la cruz.
A algunas almas generosas se les suelen poner otras fieras más interiores y espirituales de dificultades y tentaciones, tribulaciones y trabajos de muchas maneras, por que les conviene pasar, cuales los envía Dios a los que quiere levantar a alta perfección, probándolos y examinándolos como el oro en el fuego (Sab. 3, 5-6), según aquello de David (Sal. 33, 20), en que dice: Multae tribulationes iustorum, esto es: Las tribulaciones de los justos son muchas, mas de todas ellas los librará el Señor. Pero el alma bien enamorada, que estima a su Amado más que a todas las cosas, confiada del amor y favor de él, no tiene en mucho decir: Ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras.
A los demonios, que es el segundo enemigo, llama fuertes, porque ellos con grande fuerza procuran tomar el paso de este camino, y porque también sus tentaciones y astucias son más fuertes y duras de vencer y más dificultosas de entender que las del mundo y carne, y porque también se fortalecen de estos otros dos enemigos, mundo y carne, para hacer al alma fuerte guerra. Y por tanto, hablando David de ellos (Sal. 53, 5) los llama fuertes, diciendo: Fortes quaesierunt animam meam, es a saber: Los fuertes pretendieron mi alma. De cuya fortaleza también dice el profeta Job (41, 24) que no hay poder sobre la tierra que se compare a éste del demonio, que fue hecho de suerte que a ninguno temiese, esto es, ningún poder humano se podrá comparar con el suyo, y así sólo el poder divino basta para poderle vencer y solo la luz divina para poder entender sus ardides. Por lo cual el alma que hubiere de vencer su fortaleza no podrá sin oración, ni sus engaños podrá entender sin mortificación y sin humildad. Que por eso dice san Pablo (Ef. 6, 11-12), avisando a los fieles, estas palabras, diciendo: Induite vos armaturam Dei, ut possitis stare adversus insidias diaboli, quoniam non est nobis colluctatio adversus carnem et sanguinem, es a saber: Vestíos de las armas de Dios para que podáis resistir contra las astucias del enemigo; porque esta lucha no es como contra la carne y sangre, entendiendo por la sangre el mundo, y por las armas de Dios la oración y cruz de Cristo, en que está la humildad y mortificación.
(San Juan De La Cruz, Cántico, 3, 8-9)
Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias. Aunque el justo sufra muchos males, de todos los libra el Señor (Sl 33, 5.20).
Luchar contra los poderes del mal, forma parte del camino. Ganaré el combate si me das, Señor, las armas de la victoria: la oración y la cruz.
A algunas almas generosas se les suelen poner otras fieras más interiores y espirituales de dificultades y tentaciones, tribulaciones y trabajos de muchas maneras, por que les conviene pasar, cuales los envía Dios a los que quiere levantar a alta perfección, probándolos y examinándolos como el oro en el fuego (Sab. 3, 5-6), según aquello de David (Sal. 33, 20), en que dice: Multae tribulationes iustorum, esto es: Las tribulaciones de los justos son muchas, mas de todas ellas los librará el Señor. Pero el alma bien enamorada, que estima a su Amado más que a todas las cosas, confiada del amor y favor de él, no tiene en mucho decir: Ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras.
A los demonios, que es el segundo enemigo, llama fuertes, porque ellos con grande fuerza procuran tomar el paso de este camino, y porque también sus tentaciones y astucias son más fuertes y duras de vencer y más dificultosas de entender que las del mundo y carne, y porque también se fortalecen de estos otros dos enemigos, mundo y carne, para hacer al alma fuerte guerra. Y por tanto, hablando David de ellos (Sal. 53, 5) los llama fuertes, diciendo: Fortes quaesierunt animam meam, es a saber: Los fuertes pretendieron mi alma. De cuya fortaleza también dice el profeta Job (41, 24) que no hay poder sobre la tierra que se compare a éste del demonio, que fue hecho de suerte que a ninguno temiese, esto es, ningún poder humano se podrá comparar con el suyo, y así sólo el poder divino basta para poderle vencer y solo la luz divina para poder entender sus ardides. Por lo cual el alma que hubiere de vencer su fortaleza no podrá sin oración, ni sus engaños podrá entender sin mortificación y sin humildad. Que por eso dice san Pablo (Ef. 6, 11-12), avisando a los fieles, estas palabras, diciendo: Induite vos armaturam Dei, ut possitis stare adversus insidias diaboli, quoniam non est nobis colluctatio adversus carnem et sanguinem, es a saber: Vestíos de las armas de Dios para que podáis resistir contra las astucias del enemigo; porque esta lucha no es como contra la carne y sangre, entendiendo por la sangre el mundo, y por las armas de Dios la oración y cruz de Cristo, en que está la humildad y mortificación.
(San Juan De La Cruz, Cántico, 3, 8-9)
Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias. Aunque el justo sufra muchos males, de todos los libra el Señor (Sl 33, 5.20).
1 comentario:
mm m interesante escritura, ps ya nos estaremos viendo en seguirme, hasta pronto!
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