....Y en la espera, caminar con esperanza
Antes en todas las estaciones de tren existía, ineludiblemente, una “sala de espera” a la que me gustaba acceder porque era un buen laboratorio para estudiar el comportamiento de las personas y de la sociedad. Allí encontrabas desde el que dormía, o lo intentaba, el que leía despreocupado cualquier revista rosa, el que se informaba por el periódico (a veces parecía que se lo aprendiera de memoria), el que no cesaba de mirar desconfiado su equipaje, el que hacía crucigramas interminables o el que sencillamente por no hacer no hacía nada. En el fondo todos eran un grupo de asesinos, de asesinos del tiempo, estaban “matando el tiempo”, su tiempo de espera.
Alguna vez encontré también a una señora de mediana edad nerviosa, caminan-do de acá para allá, mirando cien veces el reloj, saliendo a los andenes para ver si venía el tren y explicando a cada uno de los presentes el motivo de su ansiedad: “es que viene mi hija con mi nieta de Alemania para pasar la Navidad”. Se sentaba tres segundos, caminaba de nuevo. Era un manojo de nervios. Parecía desesperada, pero era la única que no mataba el tiempo; lo forzaba a correr, corriendo ella. La hija, la nieta, el encuentro soñado, el amor inquieto hecho deseo de abrazo y besos, la impedían dormir, leer, hacer crucigramas. Su tiempo de espera, henchido de amor, le hacía levantarse, caminar, vigilar las vías. La espera, porque de fe en la llegada del tren y de amor a lo que traía, se había convertido para ella en esperanza.
Hoy en las estaciones ya no hay salas de espera. Las han reconvertido en lugares de ocio con cafeterías, restaurantes, cines y tiendas, muchas tiendas, de forma que ya no son salas de espera sino de negocio; han hecho un negocio con la espera. Son sitios don-de sigue habitando la esperanza, pero no en los viajeros, sino que ahora se ha traspasado al dueño del local correspondiente que espera hacer dinero. Ya no importa tanto la venida del tren que trae a la persona amada, ahora el amor está en la caja, la caja registradora. Ahora la fe no está en la venida del tren que se sabe que llegará a la hora exacta, y hasta se desea que se retrase un poco, más allá de cinco minutos, porque así te devuelven el dinero del billete. Viaje gratis. Lo que antes era motivo de vigilia, de levantarse y caminar, de comunicación apasionada con desconocidos sobre la alegría que infundía la esperanza, hoy ha quedado hecha pedazos en la piedra de la indiferencia. Señora, no moleste, no me importa, no me interesan ni su hija ni su nieta; ya no nos importamos.
Hoy todo es puntual, todo es exacto y así deberá de seguir siendo, lo que no quita que a cuatro románticos nos invada la nostalgia. Hoy todo está reglado, está pagado y contratado, lo que nos da derechos y exigencias, pero justamente allí donde empiezan los derechos y la exigencias es señal de que ha comenzado a faltar el amor. Lo vemos en el matrimonio; allí donde afloran los derechos, allí mismo es donde han comenzado a no quererse, porque quien se enamora y ama locamente jamás exige, jamás reclama; el amor no sabe más que de deberes, de atenciones, de regalos, en una palabra, vive de la pura gratuidad y de la más absoluta donación.
El Adviento es una gran sala de espera, la humanidad entera está esperando, cada uno su tren soñado. Unos duermen, otros matan el tiempo o lo pierden rellenando crucigramas inútiles. Pero hay un grupo de gentes, cristianos ellos, que no pueden dormir porque valoran el tiempo en la espera; ellos están en pié, vigilantes siempre, y, porque se saben caminantes, ansían la llegada de quien les anima en la certeza, la certeza que da la fe, de una Buena Noticia: la gran noticia del Amor. Llega el Amor, está llegando, y se preparan para recibirlo como se merece, ensayando besos, renovando abrazos e inventando caricias nuevas.
Porque han empapado su fe en el Amor mientras esperan, se han cargado de ilusión y de esperanza. Adviento es esperanza más que espera. Y es ilusión, no de ilusos sino de ilusionados. Porque han contrastado su ilusión primera, como los Magos, con la Escritura, por ello se pusieron en camino hasta la Jerusalén de los que saben dónde, cómo y cuándo nacerá el Amor. Ya informados y guiados por la estrella de la esperanza, de nuevo en camino buscando el encuentro. No me habríais buscado si antes no me hubierais encontrado. Hay que ponerse en pie y caminar, salir al encuentro del Señor que llega. Y lo encontrarás, oh sorpresa, no en el trono de los soberbios, ni en las opresoras riquezas de los ricos, ni en las doctrinas hueras de los mandamases, sino en la humildad de los humillados, que son las pajas trilladas de todos los pesebres del mundo.
Antes en todas las estaciones de tren existía, ineludiblemente, una “sala de espera” a la que me gustaba acceder porque era un buen laboratorio para estudiar el comportamiento de las personas y de la sociedad. Allí encontrabas desde el que dormía, o lo intentaba, el que leía despreocupado cualquier revista rosa, el que se informaba por el periódico (a veces parecía que se lo aprendiera de memoria), el que no cesaba de mirar desconfiado su equipaje, el que hacía crucigramas interminables o el que sencillamente por no hacer no hacía nada. En el fondo todos eran un grupo de asesinos, de asesinos del tiempo, estaban “matando el tiempo”, su tiempo de espera.
Alguna vez encontré también a una señora de mediana edad nerviosa, caminan-do de acá para allá, mirando cien veces el reloj, saliendo a los andenes para ver si venía el tren y explicando a cada uno de los presentes el motivo de su ansiedad: “es que viene mi hija con mi nieta de Alemania para pasar la Navidad”. Se sentaba tres segundos, caminaba de nuevo. Era un manojo de nervios. Parecía desesperada, pero era la única que no mataba el tiempo; lo forzaba a correr, corriendo ella. La hija, la nieta, el encuentro soñado, el amor inquieto hecho deseo de abrazo y besos, la impedían dormir, leer, hacer crucigramas. Su tiempo de espera, henchido de amor, le hacía levantarse, caminar, vigilar las vías. La espera, porque de fe en la llegada del tren y de amor a lo que traía, se había convertido para ella en esperanza.
Hoy en las estaciones ya no hay salas de espera. Las han reconvertido en lugares de ocio con cafeterías, restaurantes, cines y tiendas, muchas tiendas, de forma que ya no son salas de espera sino de negocio; han hecho un negocio con la espera. Son sitios don-de sigue habitando la esperanza, pero no en los viajeros, sino que ahora se ha traspasado al dueño del local correspondiente que espera hacer dinero. Ya no importa tanto la venida del tren que trae a la persona amada, ahora el amor está en la caja, la caja registradora. Ahora la fe no está en la venida del tren que se sabe que llegará a la hora exacta, y hasta se desea que se retrase un poco, más allá de cinco minutos, porque así te devuelven el dinero del billete. Viaje gratis. Lo que antes era motivo de vigilia, de levantarse y caminar, de comunicación apasionada con desconocidos sobre la alegría que infundía la esperanza, hoy ha quedado hecha pedazos en la piedra de la indiferencia. Señora, no moleste, no me importa, no me interesan ni su hija ni su nieta; ya no nos importamos.
Hoy todo es puntual, todo es exacto y así deberá de seguir siendo, lo que no quita que a cuatro románticos nos invada la nostalgia. Hoy todo está reglado, está pagado y contratado, lo que nos da derechos y exigencias, pero justamente allí donde empiezan los derechos y la exigencias es señal de que ha comenzado a faltar el amor. Lo vemos en el matrimonio; allí donde afloran los derechos, allí mismo es donde han comenzado a no quererse, porque quien se enamora y ama locamente jamás exige, jamás reclama; el amor no sabe más que de deberes, de atenciones, de regalos, en una palabra, vive de la pura gratuidad y de la más absoluta donación.
El Adviento es una gran sala de espera, la humanidad entera está esperando, cada uno su tren soñado. Unos duermen, otros matan el tiempo o lo pierden rellenando crucigramas inútiles. Pero hay un grupo de gentes, cristianos ellos, que no pueden dormir porque valoran el tiempo en la espera; ellos están en pié, vigilantes siempre, y, porque se saben caminantes, ansían la llegada de quien les anima en la certeza, la certeza que da la fe, de una Buena Noticia: la gran noticia del Amor. Llega el Amor, está llegando, y se preparan para recibirlo como se merece, ensayando besos, renovando abrazos e inventando caricias nuevas.
Porque han empapado su fe en el Amor mientras esperan, se han cargado de ilusión y de esperanza. Adviento es esperanza más que espera. Y es ilusión, no de ilusos sino de ilusionados. Porque han contrastado su ilusión primera, como los Magos, con la Escritura, por ello se pusieron en camino hasta la Jerusalén de los que saben dónde, cómo y cuándo nacerá el Amor. Ya informados y guiados por la estrella de la esperanza, de nuevo en camino buscando el encuentro. No me habríais buscado si antes no me hubierais encontrado. Hay que ponerse en pie y caminar, salir al encuentro del Señor que llega. Y lo encontrarás, oh sorpresa, no en el trono de los soberbios, ni en las opresoras riquezas de los ricos, ni en las doctrinas hueras de los mandamases, sino en la humildad de los humillados, que son las pajas trilladas de todos los pesebres del mundo.
Sí, ya sé, todos sabemos, que hay otros advientos. Los de aquellos que no alzan la vista al cielo ni siquiera para saber si va a llover. Los que no pueden, porque no quieren, mirar estrellas, tener ideales más allá del horizonte. Los que, cargados de tierra sus bolsillos y sus cerebros, ni quieren ni pueden despegar para poder observar el mundo desde perspectivas distintas. Prendidos de la luminosidad que desprende el dinero, todo lo comercializan para lograr fútiles ganancias. Porque no tienen fe, tampoco alcanzan la esperanza y el amor se les hace pequeñito; no se agigantan. Porque permanecen sentados en la tierra, adheridos a ella con firmeza, no se levantan; no pueden ponerse en pié y menos aún comenzar a caminar. Porque no tienen metas, por ello carecen de caminos y sin caminos no hay posibilidad de engendrar ilusiones. Viven sólo de la pesada realidad de lo terreno, tan reglada ella, tan cierta ella, tan segura y exacta que ya no hay lugar ni siquiera para la espera.
Hoy en las estaciones de trenes ya no hay salas de espera, ya no son necesarias, todos los trenes llegan a la hora exacta. Pero los hombres, que no son relojes suizos todavía, precisan de la espera y necesitan esperanza. Sin pretender ser agorero de calamidades que sólo a las viejas pueden asustar, creo que se podía admitir que nos van quitando la espera para que no tengamos ya esperanza, y así, desesperanzados, nos convirtamos en desesperados que se aferran a cualquier tabla de salvación que pase a nuestra vera, sin percatarnos que no era tabla, ni salvaba nada, sino el espejismo de una necesidad apremiante hecha ola o hecha espuma.
Para los desesperados porque desesperanzados porque ya no esperan nada, pero sobre todo para quienes todavía son conscientes de su falta de esperanza, y de ilusión, y de metas, y de caminos... para los que no tienen fe y por consiguiente carecen de esperanza y además flaquean en el amor, les digo: Hombre, entra en ti; levántate y camina; sal al encuentro que llega el Amor y te envolverá en el calor de su esperanza. Eso, eso es el Adviento.
Gumersindo Pérez García
( O.C.D. del Convento de Ntra. Sra. del Carmen de Cádiz)
6 comentarios:
Me ha encandilado este texto... qué quieres que te diga, ya lo dice él todo y de una manera muy bella.
Un gran abrazo, Teresa
Como nací y viví hasta bastante grande en el campo, conozco perfectamente eso de las estaciones de trenes, con mis padres y hermanos (seis)todos los domingos y miércoles nos vestíamos de fiesta para ir a esperar el tren, era una alegría tremenda para nosotros y ni decir si llegaba una encomienda.
Gracias a Dios conservo la esperanza, a pesar de que coincido en todo lo que dice este hermoso escrito, y me estoy preparando, no comprando, ni regalos, ni comida, para el gran Adviento de nuestro Salvador.
Un abrazo y hermosa Navidad
Mis queridas hermanas,vengo a desearos un feliz adviento.
Es un placer haberlas encontrado las enlazo.Bellisimo escrito.
Esto está muy bien escrito y muy profundo. Me encanta meditar en tus palabras. Son de gran ayuda. Saludos y bendiciones
Hola Hada, A mi lo que mas me ha llegado de esto es La espera con esperanza, atentos y preparados con las -Lamparas encendidas- como dice el Evangelio, sin perder y malgastar el tiempo en tonterias.
Silvia, que el Señor te regale una gracia muy especial en esta navidad.
Alter, que este Adviento se transforme en una milagrosa Navidad en tu corazon.
Hola Mary Carmen, gracias por tu visita.
Un abrazo muy grande para vos Marisela y gracias por tu amistad.
Que la Virgencita los cubra con su manto. Teresa
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