
Aunque seamos desierto o yermo, páramo o estepa, se nos ha dado la capacidad de tener una relación de intimidad con Dios y de gozar de su gloria y de su belleza.
El Señor despega nuestros ojos ciegos, abre nuestros oídos sordos, para que saltemos como ciervos y cantemos cánticos nuevos.
Desde las situaciones de oscuridad abrimos el oído para escuchar las maravillas que Dios está realizando entre los pobres.
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