domingo, 11 de mayo de 2008

El Espíritu es vida y es fuerza

A los dos años de edad, en 1882, una escarlatina dejó ciega, sorda y muda a Helen Keller . Sin embargo, con una constancia y ánimo ejemplares, se graduó de bachiller a los 42 años. Dictó conferencias, escribió libros y –lo más importante – abrió nuevos horizontes y caminos a los limitados e incapacitados. El ser humano padece de desánimo. Y lo más grave no es estar sin fuerzas; lo peor es quedarse ahí sin mover un dedo para levantarse. Es entonces cuando, más que nunca, se necesita la ayuda del Espíritu para iluminar, alentar, dar vida.

La Iglesia profesa su fe en el Espíritu Santo, que es “Señor y dador de vida”, Aquél en el que Dios se comunica a los hombres. El Espíritu Santo nos es dado con la nueva vida que reciben los que creen en él, según nos lo explica el evangelista Juan en el relato de la samaritana. Él es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14), por quien el Padre vivifica a los seres humanos, muertos por el pecado, hasta que resuciten sus cuerpos mortales en Cristo (Rm 8,10-11).

Con el Espíritu Santo nos viene la plenitud de los dones, destinados a los pobres y a todos aquellos que abren su corazón al Señor. Nos da sus dones y se da Él mismo como don, ya que es una Persona-don. Al dejar este mundo, Jesús pidió al Padre el Espíritu Paráclito para que estuviese con nosotros siempre. Él fue el Consolador de los apóstoles y de la Iglesia. Él sigue siendo el Animador de la evangelización, y el que venda y consuela los corazones desgarrados.
Cristo fue ungido por el Espíritu y entrega este mismo Espíritu a los apóstoles. Él “os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14,26). El Espíritu ayuda a comprender. Su enseñanza no es fría, sino que compromete con la vida haciendo nuevos testigos. Todos aquellos que reciben el Espíritu Santo obtienen fuerza para ser testigos por toda la tierra.

Con la llegada del Espíritu los apóstoles se sintieron llenos de fortaleza. Así comenzó la era de la Iglesia. Ahora el Espíritu de Dios, con admirable providencia, guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra. “Si Jesucristo no constituye su riqueza, la Iglesia es miserable. Si el Espíritu de Jesucristo no florece en ella, la Iglesia es estéril. Su edificio amenaza ruina si no es Jesucristo su arquitecto y si el Espíritu Santo no es el cimiento de piedras vivas con el que está construida. No tiene belleza alguna si no refleja la belleza sin par del rostro de Jesucristo y si no es el árbol cuya raíz es la Pasión de Jesucristo. La ciencia de que se ufana es falsa, y falsa también la sabiduría que la adorna, si ambas no se resumen en Jesucristo. Toda su doctrina es una mentira si no anuncia la verdad que es Jesucristo. Toda su gloria es vana si no la funda en la humildad de Jesucristo. Su mismo nombre resulta extraño si no evoca en nosotros el único Nombre. La Iglesia no significa nada para nosotros si no es el sacramento de Jesucristo” (H. De Lubac).

El Espíritu nos ayuda a descubrir todas las riquezas del mundo. Nos cuesta descubrir a Dios y a nosotros mismos, ya que todo nos lanza y nos seduce al exterior. Sin embargo, en el interior de cada persona es donde habita Dios y donde nace la vida. San Pablo nos recuerda que “somos templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en nosotros” (1Co 3,16). El mismo Jesús nos dice que, si alguien le ama, cumplirá su palabra y el Padre le amará y vendremos a él y habitaremos en él (Jn 14,23). El Espíritu trabaja en silencio, nos enseña a distinguir claramente la voz y la intervención de Dios. Ora en nosotros, nos ensancha la mirada y el corazón, nos cambia la existencia. El Espíritu, que mora en el interior, es el que ha estado siempre muy presente en toda la Historia de la Salvación. Fue él quien habló por los profetas, el que protagonizó la Encarnación, el que abrió los ojos a Simeón, el que quitó el miedo a los seguidores de Jesús y los lanzó a predicar por el mundo, el que impulsa a millones de personas a descubrir a Dios y a dar la vida por el Reino. ¡Dichoso quien lo conoce y le deja actuar!
Eusebio Gómez, OCD

4 comentarios:

Luis Enrique Alvarado dijo...

CUAL ES SU POSTURA ANTE EL ESPIRITU SANTO? ES QUE EH CONOCIDO MUCHOS CATOLICOS QUE REALMENTE NO CONOCEN A DIOS NI LAS ESCRITURAS

Abuela Ciber dijo...

Me ha sido muy grato leer este post.
Gracias por compartirlo
Cariños

DE LA MANO DE TERESA DE JESUS dijo...

Hola Luis, esta es mi respuesta.
Un abrazo, Teresa

"En verdad te digo: El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu (Jn 3, 5-6).

"Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14, 25-26).

" Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa donde se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se postraron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse (Hech 2, 1-4).

" A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro fe, en el mismo Espíritu; a otros carismas de curaciones, en el unico Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía, a otro, discernimiento de espíritus; a otro diversidad de lenguas; a otro don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad" (1Cor 12, 7-11).

Que Dios te Bendiga

DE LA MANO DE TERESA DE JESUS dijo...

Gracias Abue por pasar, Que el Espiritu Santo te llene de sus dones.

Un beso grande, Teresa